Uno de los efectos indeseados al que tienen que enfrentarse los pacientes y los cirujanos que les tratamos es el llamado dolor crónico postquirúrgico. Debemos distinguir, no obstante, entre el dolor agudo que se experimenta varios días (en ocasiones algunas semanas) tras la cirugía, algo normal y esperado cuya causa suele radicar en la incisión quirúrgica y el área circundante que pueden estar inflamadas o sensibles, del mencionado dolor crónico postquirúrgico (DCP).

Este último hace referencia al que persiste al menos de tres a seis meses después de la intervención, que no estaba  presente antes del paso por quirófano o con características diferentes o intensidad aumentada respecto a las molestias previas. Además, la definición incluye otras características como dolor localizado en el área quirúrgica o a un área referida, tras haberse excluido otros motivos posibles de su origen (como recurrencia oncológica, infección).

Sabemos que el DCP se ha convertido en una prioridad de los sistemas sanitarios y sabemos que su incidencia es elevada y de carácter variable en función del tipo de procedimiento quirúrgico. La amputación quirúrgica de miembros, la esternotomía, la toracotomía y la mastectomía son los procedimientos asociados a una mayor incidencia (del 5% al 10% de los afectados).  Las investigaciones han demostrado que los factores que predisponen al DCP  se pueden dividir en tres grupos. Primero, las que dependen del propio paciente (alta carga emocional, la genética, dolor preoperatorio en el área quirúrgica, otros dolores crónicos preoperatorios (cefaleas), dolor agudo postoperatorio, y otros síntomas de estrés como temblor, ansiedad o alteraciones del sueño. Segundo, las que dependen del tipo de intervención y, por último, las asociadas a la anestesia empleada.

La ciencia ha avanzado notablemente en la prevención del DCP y hay medidas que los cirujanos podemos adoptar para reducir las posibilidades de que se produzca. Así, por ejemplo, estudios científicos han constatado que durante las intervenciones debemos de evitar los daños nerviosos. De hecho, la causa fundamental de estas secuelas es el dolor neuropático producido por lesiones en algún nervio durante la intervención, por lo que debemos aplicar técnicas quirúrgicas que eviten estas lesiones siempre que sea posible. Por ejemplo, las herniorrafías (reparación de una hernia inguinal) mediante laparoscopia pueden disminuir el riesgo de daño nervioso y dolor en comparación con la cirugía abierta, mientras que en el caso de las mastectomías parece que preservar el nervio braquial intercostal (el que controla la sensibilidad del brazo) podría disminuir el dolor crónico.
Otra de las estrategias son la anestesia regional, que puede reducir el riesgo de DCP en algunos pacientes, la analgesia epidural tras una toracotomía o el bloqueo paravertebral en la cirugía de mama. Además, es importante trarar el dolor posoperatorio de modo precoz y agresivo pues su intensidad tras la operación se relaciona con el riesgo de desarrollar un estado doloroso persistente. Finalmente, y como mejor prevención, está ponerse en manos de cirujanos expertos en los que se confíe y que hayan demostrado su pericia a lo largo de los años.